Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado escribe el poema A un olmo seco el 4 de mayo de 1912, poco después de editarse Campos de Castilla. De alguna forma, estas palabras manifiestan la lucha del poeta contra el destino que parece evidente le va a traer la pérdida de Leonor. Tras la misa en la Mayor, cuesta arriba, el cadáver es conducido hasta el alto cementerio de El Espino. La Iglesia de Nuestra Señora del Espino, templo plateresco del s.XVI, se encuentra pegada al cementerio, donde descansa para siempre la tumba de Leonor Izquierdo. Y donde se recuerda el poema justo al lado de un olmo viejo y seco.
Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un fantasma yerra...
(Un loco, El Porvenir Castellano, 27 de enero de 1913)
Un más que emotivo recorrido por la geografía machadiana.
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