Leonor Izquierdo Cuevas nació el 12 de junio de 1894 en Almenar de Soria, ya que era hija del sargento de la guardia civil Ceferino Izquierdo destinado en el cuartel situado justamente en el Castillo de Almenar (a 18 kilómetros de la capital). Su madre era Isabel Cuevas, la patrona de la casa donde se hospedaría Machado a partir de 1908. Leonor tenía 13 años cuando el poeta la conoció y tuvieron que esperar a que cumpliera 15 para que se pudiera casar -edad legal y con permiso paterno-, concretamente el 30 de julio de 1909 en la iglesia de La Mayor. Las crónicas de la época cuentan que fue una ceremonia en la que destacaba fundamentalmente la diferencia de edad de los contrayentes: Antonio tenía 34 años. Leonor era una chica morena pero pálida, con unos ojos profundos y oscuros y una mirada "como la de una gacela sorprendida", según palabras de Mariano Granados, que en aquella época fue alumno de Machado y observaba cómo la niña soñaba desde el balcón con los versos del poeta tal vez para huir de la realidad autoritaria del padre. Se van de luna de miel a Zaragoza, Pamplona, Fuenterrabía y Madrid. En enero de 1911 se cumple uno de los sueños de la joven Leonor: conocer París. Se instalan en la capital francesa gracias a una beca que le concede el Ministerio de Instrucción Pública y allí permanecen felices unos meses hasta que en el mes de julio Leonor vomita sangre y, visitada por los médicos, le diagnostican tuberculosis. Tienen que volver a Soria (con el dinero que les prestó el poeta y amigo Rubén Darío) y Machado alquila una casita en el paseo del Mirón, para que Leonor pudiera respirar aire puro. Debía ser impactante observar a la pareja de enamorados: el profesor empujando la silla de ruedas de la joven. Pero Leonor no mejora y regresan al centro de la ciudad. Muere el 1 de agosto de 1912 y sus funerales se celebran, de nuevo, en la iglesia de La Mayor, justo 3 años después de la boda que allí mismo los había unido para siempre. Su cuerpo es enterrado en el cementerio del Espino. Una semana después Machado se va de Soria.
Soñé que tú me llevabas
por una blanca verada,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía
tu mano de compañera
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera...
(Caminos)
Qué pena... qué poco vivió la gacela sorprendida.. pero a cambio su amado la inmortalizó para siempre.
ResponderEliminarLos recónditos orígenes de la poesía.
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