Pueblecito situado al norte de Hungría, Patrimonio de la Humanidad, tiene una serie de casas en medio de un valle que en su origen medieval eran de madera y con los tejados cubiertos de paja. Pero tras un desastroso incendio en 1909 fueron reconstruídas ya con ladrillos y techos de teja. Habitado por campesinos palóc (de origen eslovaco) desde el siglo XIII, suelen usar vestimentas ricamente adornadas en telas de colores (sobre todo las mujeres). En Hollókó hay tiendas de cerámica, de tejidos, de artesanía, una pequeña iglesia (que data de 1889 y que sí conserva el campanario de madera) y un castillo en una colina. Nada más llegar al pueblo dos señoras impecablemente vestidas con el traje típico nos ofrecen una copita de pálinka (orujo) y un puñado de cerezas. Tras cantarnos una serie de melodías y hacernos bailar una danza tradicional en corro, ya estábamos metidos en el ambiente. Luego iríamos a comer a casa de una señora que se llamaba Clara y que nos ofreció en su salón una riquísima sopa de fideos, un pollo guisado con salsa paprika y un delicioso pastel de hojaldre y queso. Hollókó es un sitio como de cuento de hadas, como si el tiempo se hubiera detenido en otra época: en la calle, dos señoras vendían muñecas de tela en miniatura encajadas en media nuez.
Es decir que estamos ante un pueblo, pueblo, sin paliativos.
ResponderEliminarY yo que no pasé de Budapest. Tengo que decir que en aquella época (URSS) el pueblo húngaro no era muy amable precisamente. Me alegra que anden mas contentos bailándoles el pollo a los visitantes.
ResponderEliminarUn abrazo