miércoles, 7 de agosto de 2013

Fisterra


El fin del mundo no es un lugar horroroso en el que se sufre y se tiene angustia o desasosiego. El fin del mundo es un paisaje lleno de cielo, de mar, de piedras y de luz. El Faro de Finisterre (Fisterra) construído a mediados del s.XIX vela por la seguridad y el tráfico de ese amplio espacio infinito que, para los antiguos, era donde se acababa la tierra. Los peregrinos del camino de Santiago llegan hasta allí y dejan sus ropas y sus zapatos (una escultura de una bota recuerda esta tradición) y dan gracias por haber llegado hasta el verdadero final. Fisterra es pues, un lugar mágico, energético, de culto, de reflexión.

El castillo de San Carlos de Fisterra, fortaleza levanda en 1755 para defender la zona de los saqueos de los piratas, tiene uno de los museos más entrañables que se pueden visitar. Se trata del Museo de Pesca, que con delicada dedicación lo lleva Manuel, antes pescador y ahora poeta, uno de los guías que más entusiasmo ponen en lo que narran. Así te enteras de lo que es un escandallo (una piedra atada a una cuerda que se mete en el fondo del mar y, según lo que quede adherido a ella, se sabe lo que se puede pescar). Te explica lo que es una nasa (una cesta en la que entran los pulpos y ya no pueden salir).

La Capela da Nosa Señora de Bo Suces es del s.XVIII y tiene puerta con frontón con escudo. Para comer hay que ir a Don Percebe. Allí te ponen raciones maravillosas de longueirones (un tipo de navajas) y percebes, una merluza a la gallega y un flan de café y nueces. Lo acompañas con albariño y te sale a unos 28 euros por persona. Verdaderamente, con una comida así sientes que el fin del mundo es un paraíso.

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