martes, 12 de mayo de 2020

Perderme


Dos meses ya sin cines, sin teatros, sin bares, sin restaurantes, sin museos, sin viajes a pueblos, sin abrazar a seres queridos. De no tener vida social. Estamos aprendiendo a llevar la existencia de otra manera: vivimos en la digitalización y eso nos ha permitido disfrutar de películas de otra manera, de revivir programas antiguos de televisión, de curiosear por los datos del amplio universo. La cultura es un concepto subjetivo. De hacer en casa los aperitivos y las ricas comidas y la gimnasia y los whatsapp de mini conversaciones con mucha gente. De recuperar libros arrinconados en las estanterías. Con ganas o con desgana hemos hecho todo eso, para matar el tiempo o para aprovechar el tiempo.

Y también, en algunos casos, ir a trabajar algunos días (no hay nada más triste que un pasillo de metro estos días). Los andares de la gente hablan de vida y de muerte al mismo tiempo: en algún lugar, me necesitan. Voy sin ganas, pero qué suerte tener un lugar en el mundo.

La vida en una gran ciudad estos días es dolorosa, porque lo mejor está cerrado y lo que pudiera estar abierto (el campo) no existe. Esta trampa mortal de urbe sin hierba llega a resultar ahora asfixiante. Quiero abrazar el tronco de un árbol, sumergirme en un lago, que me acaricien las plantas mis piernas desnudas, que me resulte un placer el frío de la nieve sobre la cara. Andar hacia la montaña, y perderme.

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